
Aprovechando el evento tenístico en Marbella , y puesto que tengo la posesión absoluta del portátil , ya que la persona con la que comparto éste instrumento mediático esta presenciando el partido de tenis en directo, que es mi maridito y compañero de viaje, voy a contar a mi manera algunas experiencias de mi reciente visita a los fiordos.
No voy a insistir con localizaciones exactas de los lugares visitados porque esos los podéis encontrar perfectamente relatados en el
blog Parada y Fonda de un viajero que José prepara con mucho cariño y que podréis ir viendo.
Después de varias visicitudes que ya os conté antes de emprender esta aventura, tengo que decir que en el momento que comencé mis vacaciones, fueron borradas de mi mente. Bueno no quiero mentir, en el barco me agarre algún cabreo que otro cuando comprobé mis sospechas sobre la tomadura de pelo de las ofertas de última hora con respecto a los cruceros.
Efectivamente encontré personas cuyo viaje les salió a mitad de precio tomando los billetes una semana antes de partir, lo cual imaginaréis no me resulto agradable. Pero la aventura de este viaje tan ansiado me hizo olvidar los sinsabores materialerialistas.
Tengo que decir que éste viaje era compartido con mi madre, pues fue un deseo especial después del año horribilis, y porque hacía muchos años que ella no salía de Madrid.
Era su bautismo de aire y mar, ni que decir la cara de susto que pusó al subir al avión.
Durante el tiempo de permanencia en la sala de embarque estaba espantada, por momentos pensé que echaría a correr por Barajas, pero no, rezó sus consabidas oraciones y cerró los ojos. Al principio no quería colocarse en el asiento de la ventanilla, pero el despegue del avión fue perfecto y sus temores se fueron desvaneciendo a medida que ascendíamos. Ella misma pidió sentarse cerca del óvalo, y aquella visión de las nubes por debajo le parecieron como a casi todos cuando realizamos por primera vez un vuelo, sencillamente algodones inmaculados.
En ese momento compredí que sería un viaje inolvidable para mi madre.
Copenhague es una ciudad que me fascinó. Su aeropuerto sencillo pero muy funcional. Me llamó la atención el recorrido hasta la recogida de equipajes, pues pasamos por medio de las tiendas.
Inclusó por un momento pensé, - ya está, nos hemos equivocado -, como siempre yo tan optimista jeje, pero nada de eso, todo fue muy rápido. En menos de diez minutos ya estabamos a la entrada del tren que nos llevó al centro de la capital. Todo está perfectamente señalizado, con un inglés básico vas siguiendo las indicaciones. Conviene llevar algunas coronas danesas para comprar el billete de tren. Salen practicamente cada diez minutos y en otros diez te plantas en el la estación central de Copenhague.
Desde ese momento ya comencé a empaparme de una nueva vivencia, pues los países nórdicos han sido un descubrimiento para mí. Un detalle sin importancia pero que me chocó, no había ni ceniceros ni papeleras en la estación, y puesto que mi querido maridito tiene que echarse un cigarito cada veinte minutitos, pues claro no sabía dónde depositar la colilla y ahí va él y pregunta a un "armario danés", porque estaba cuadrado el pobre hombre, en que lugar lo podía dejar. Con su dedo índice le señaló las vías del tren. - Curioso lugar - pensé yo. Simplemente me chocó.
En la misma estación nos tomamos un "tente en pié" porque eran ya las tres y media de la tarde y no habíamos probado bocado desde las diez de la mañana. De inmediato constaté que ya no estaba en España, los precios eran subiditos de tono, creo recordar que un bocadillos de tomate y jamón york costó al cambio unos 9 euros, y una botella de agua 3 euros, pero me dije a mi misma - como empieces a mirar los precios no comes -. Sin embargo tengo que decir que la cena que hicimos en un restaurante tipo bufé en la calle comercial-peatonal más larga creo , de Europa, fue sin embargo relativamente barata, sólo 11 o 12 euros por persona, sin contar la bebida, claro.
Los taxis, cada uno de su padre y de su madre: Mercedes de cinco plazas, Opel de baja gama, cualuier vehículo sirve. La salida de la estación es cómo la de cualquier ciudad, algo tristona, pero repleta de bicis, el vehículo por excelencia danés.
Nos tocó un conductor de taxis paquistaní muy enterado que nos sirvió de guía turístico improvisado. Puesto que el hotel estaba al otro lado de la ciudad en un punto céntrico, nos recorrimos las principales calles con un primer vistazo a los edificios emblemáticos de esta bonita capital.
La temperatura era de unos 12 grados, el problema es que amenazaba lluvia. El hotel un supuesto 3-4 estrellas, pero de 2 en España, y no me quejo porque me lo esperaba peor pues en general son carísimos pero eso sí muy funcionales. Este, situado en una calle bastante céntrica y con todo a mano nos ofrecio de entrada un chocolate caliente con bollitos típicos que nos calentó el cuerpo. Y comenzó nuestro recorrido inmediatamente. Derechitos que nos fuimo hacía el punto más típico de Copenhague, Nyhavn, en cristiano " puerto " "muelle". Supuestamente en internet había tomado los horarios oficiales de las salidas de recorridos por los canales que recorren parte de la ciudad antigua. Pues bien, planes abajo, porque a pesar de la hora, cinco de la tarde y fresquitas, yo pensaba que ya no cogiamos a tiempo ninguna lancha, pero nada de eso. Un guía hispanohablante nos llamo la atención con un recorrido que comenzaba en tan sólo una hora, es decir a las seis de la tarde. El único inconveniente, estaba a punto de caer un diluvio porque las nubes eran negrísimas.
José, tan atrevido como de costumbre, no tuvo ningún reparo en adquirir los tikets. El recorrido se iba a efectuar en español. Por cierto ví mucho turismo compatriota, la mayoría catalanes, y muchos de ellos habían efectuado ya un crucero o se disponían como nosotros a relizarlo.
La amenaza se cumplió y vaya la que nos cayó, pero eso sí como valientes que fuimos nos recompensaron con un recorrido que recomiendo, puesto que la lancha era descubierta y podía navegar debajo de los numerosos puentes. Paraguas en mano, hicimos las fotos como podíamos y para cubrinos nos proporcianaron bolsas gigantes de basura que la verdad fueron muy efectivas. Aún así la humedad se nos metió en el cuerpo y la sensación de frío era mayor.
Todo eso se remedió con una cena caliente. De esta manera nuestro cuerpo se tenía que acostumbrar al horario de comidas. Hay numerosos restaurantes tipo bufés bastante económicos a lo largo de sus calles peatonales. Si queréis gastar mas cuartillos también los hay más sofisticados.
Caminando, porque es el mejor medio para ver, y también para rebajar la copiosa cena, fuimos hasta el famoso bar de hielo. Fue interesante sobre todo por la parafernalia de la entrada.
Ahora llegaron los tenistas, padre e hijo, y se me acabo el chollo, me quitan el ordenador. Luego intentaré seguir jajaja.